Por Alfredo Rendón A diferencia de los espejos, artilugios que cumplen, aunque no siempre seamos conscientes de eso, la compleja labor de hacernos saber que somos y que existimos (y cómo somos , cómo existimos ), los vasos –al menos los de mi casa– no reflejan a nadie que los mire directamente. Pero como toda superficie cristalina, tienen la noble generosidad de dejarnos ver qué se vierte dentro de ellos y, además, sí que reflejan los estragos del descuido cotidiano al que nos puede conducir el excesivo encierro. En este hogar, un pequeño departamento de unos sesenta metros cuadrados, habitan, además de tres humanos, una miscelánea de especies vasistícas por lo demás dignas de voltearse a ver. En primer lugar –ésta vez de la manera más literal posible, son los primeros en verse apenas uno abre la alacena– están los que yo llamo rutinarios no-convencionales . Los usamos todos los días, para todo líquido, pero no los encuentro con-ven-cio-na-les porque sus formas, como sus ap...