Cuento: 27 de febrero

 Por Alicia Miranda Torres Ramírez


Ese irritante sonido que simula el canto de un gallo me despierta, curiosamente al primer intento. Soy una persona con el sueño muy pesado y requiero de tres o cuatro ciclos de repeticiones de mi alarma para poder abrir los ojos. Ayer fue un día terrible, puedo entender que mis alumnos de segundo tuvieran problemas para realizar una tarea, quizás los de cuarto, pero que los de octavo me salieran con su: “Profe: ¿Nos da una semana más? Todavía no encontramos el libro”, me sacó de mis casillas.

¿De quién es culpa? ¿De sus padres? ¿Amigos? ¿Compañeros? ¿Antiguos profesores? ¿De ellos mismos o la mía? Creo que esta falla me corresponde. Es mi culpa, por esperar que una bola de incompetentes cumplan con una sencilla tarea. Pero, es que, ¡soy su profesor no su mamá! Hay cosas que ya deberían saber, tantos libros que son básicos y sin embargo, en blanco los pobres. Miren que no saber nada de Salvador Novo o de Ibargüengoitia como quiera se los paso. Ya me duele cuando Platón o Heráclito generan caras confundidas, pero no tener ni idea de quién es Marshall McLuhan, ¡es un pecado!

Son veinticinco estudiantes y de ellos no hago ninguno. Ni arrojándolos a las llamas podría hacerles entrar algo de luz a sus diminutos cerebros. ¡Atrofiados están de tanto mirar sus malditas pantallas! ¡Hoy sí que me van a oír! Eso de ponerme de malas desde la aurora, ¡es inaudito! Lo siento por los de cuarto, que al final ni la deben ni la temen… Aunque si se perfilan para ser así de huecos, mejor empiezo desde ahorita.

Mi monólogo matutino me dejó con un retardo de diez minutos para alistarme, en lógica chilanga no me fue tan peor. Se convirtieron exponencialmente en treinta y seis al momento de firmar en la sala de maestros de la UNIMET. La risita socarrona de la secretaria Martita me lo dijo todo. El Dr. Pérez está a nada de sentenciarme, seguro que me llama a su oficina al final del día, cuando se entere de la boca de esa arpía mi hora de llegada.

No sé por qué me quieren temprano si los alumnos son unos desvergonzados, cuando ellos llegan con retraso algunos ponen ojos de venado y otros se pasan sin pedir permiso, pavoneando su café en lo que se arrellanan en la banca. La mitad ya se ha ido y los que restan quieren que libere la clase, si no tenían ganas de clase tuvieron poco más de media hora para marcharse, ¡ahora se joden!

Los primeros treinta minutos transcurren sin incidencias hasta que a un pobre diablo, de nombre Esteban Méndez, se le ocurre participar con información de su exhaustiva investigación sobre Hermenéutica ¡con datos de Worklesspedia! Es evidente que no me puedo contener y le digo sin chistar que es un remedo de estudiante, un calienta bancas y que se vaya de mi clase. Yo comparto recursos a borbotones en mis clases. Se sabe que odio la Worklesspedia y va y me trae lo primero que sale en Gugul. ¡Caray!

Creo que me excedí. Los alumnos me lanzan miradas entre asustados, enojados y sorprendidos. No soy un tipo muy arisco, soy del tipo tranquilo, incluso podrían calificarme de blandito, de alguien que deja pasar muchas cosas. De esos que al final pasa a los que fallaron menos. Porqué eso de “cumplir”, está muy alejado del perfil de estos pantallitos, que es como últimamente he optado por llamarlos.

Es la peor época para ser maestro. A buena hora se me ocurrió seguir este camino, mientras estudiaba la carrera. En la clase hay una tensión muy extraña, así que me decido por dejarles una tarea de esas causan terror y mentadas de madre mentales. Gracias a la embarrada del tal Esteban, la fijo para entregar en 48 horas. Total, si me van a odiar, que lo hagan con gusto.

Ya en el salón con los de segundo, doy gracias al cielo que no les dejé tarea y para no hacer más corajes, les pongo Soylent Green que afortunadamente traigo descargada en la computadora. Así trascurre el tiempo hasta que mi cuata, la profesora Jojana, me avisa que el Doctor Pérez le pidió notificarme que al final del día me esperaba en su oficina. De inmediato siento la migraña apareciendo, seguro con esa charla voy a coronar mi fastuoso día.

Mientras Charlton Heston hace de las suyas en el pizarrón, imagino que la conversación que se me viene tendrá tintes para tener de fondo la canción esa… la de Requiem de Giuseppe Verdi. Pienso defenderme un poco para no quedar como un cobarde. Aunque sabemos quién es el rey de tener la última palabra. Camino hacia su oficina y esa méndiga Martita parece haber esperado todo el día este momento, su sonrisa delata su regodeo. Hago lo imposible por aparentar estoicismo, pero me retuerce las entrañas.

Mi reunión con el Doctor Pérez fue tal y como esperaba, tengo una sentencia clara: “Un retardo más y le reduciré los grupos a dos. Siga como va y estará fuera de la UNIMET. ¿Entendió Rosales?”. Me gusta pensar que lo dice de dientes para afuera —sólo para asustarme y para darle gusto a la méndiga Marta— no puedo evitar pensar en todo mi trayecto de vuelta, que lo mejor sería apostar por otra chamba. ¡Total! Siempre me puedo ir de freelance.

Al día siguiente llego barriéndome y Martita ni se inmuta con mi presencia. Eso es bastante raro. Inmediatamente me pide que me dirija a la sala de juntas antes de irme hacia el salón de clases. Me tranquiliza un poco que no soy el único ahí, veo a varios de mis colegas. Todos parecen saber el porqué de la reunión menos yo. Cuando termina de hablar el Doctor Pérez, me informa que Esteban Méndez sufrió un asalto mientras volvía a su casa. Al parecer no tenía otra clase después de la mía, así que decidió regresarse y la combi en la que viajaba fue blanco de un fatal atraco. Méndez se resistió y murió.

La noticia me sacude. Un montón de hubieras nublan mi mente, sudo frío y siento que mis ojos se cierran. ¿Así se sentirán los desmayos? Entonces escucho mi alarma con el horrible sonido del gallo. Me despierto muy agitado y bastante extrañado. Reviso mi celular para comprobar el día. Claramente se lee: martes 27 de febrero. Un sinfín de ideas intenta alojarse entre mis sienes. Me pareció tan real mi sueño, me auto echo la bronca ¿Yo por qué tendría que andar soñando esas cosas? Decido disipar todo eso y me preparo para el día.

Esta vez llego temprano y todo va bien hasta que a la media hora Esteban repite la participación con la que se ganó un boleto fuera de mi clase y, sin saberlo, a su muerte. Me quedo muy extrañado y analizo mis alternativas. Podría tratarse del déjà vu más extraño de mi vida. Que lo corriera de mi clase causó su muerte en mi sueño. ¿Debería repetir a todos decibeles mi discurso del remedo de estudiante o simplemente dejarlo pasar? Lo dejo pasar. No me quiero confiar, mi sueño se sintió extremadamente real y más vale un chico vivo. ¡Total! Ese Méndez encontrará la forma de ridiculizarse a sí mismo y ahí le diré sus dos o tres verdades.

En la siguiente hora doy clase y todo mi día transcurre en aburrida cotidianidad. Ya ha pasado una semana de ese extraño sueño, he de confesar que me descolocó tanto que estoy más amable con mis alumnos.

Así como fui un dulce, hoy termina esa amabilidad. Una chica de segundo me entregó su última tarea totalmente plagiada. Al entrar por el umbral, le digo que necesito hablar con ella al finalizar mis clases del día, que tenemos que aclarar una situación. Acude a la cita y es incapaz de darme una respuesta satisfactoria. Se suelta a llorar, el plagio es igual a extraordinario. Me ruega. Jura que estuvo muy atareada, que tiene problemas en casa y que se le hizo fácil. En mi experiencia, puros cuentos. Me jura que no se va a repetir,  pero soy firme. Hay que respetar las reglas. Sale muy preocupada, ya que teme perder su beca.

Al día siguiente, me informan que tengo que ir directito a la oficina del Doctor Pérez. Está que echa chispas, una alumna me acusa de acoso sexual. La denunciante es Mayra López —la jovencita del plagio— no sé qué hacer. Verdad o no, la acusación casi siempre termina con la carrera de los acusados. Su desesperación se convierte en una impronta vil, sé que es muy probable el final de mi carrera. Siento el latido de corazón en todas partes menos en su sitio.

Suena el bendito gallo, casi siempre lo aborrezco, pero hoy me suena a gloria. Creo que Odín está jugando conmigo, llego a la escuela y otra vez el comentario de Esteban Méndez. Cada cosa que vivo es extrañamente familiar, lo que dicen ya la he oído en mi sueño. Así me pasa con cada persona que me cruzo. Estoy en negación o no sé en qué etapa, pasan los días e intento convencerme de que estoy exagerando. Siento que mi ahora ya lo he vivido, mi prueba de fuego es la tarea de Mayra.

Ocurre el mismo plagio, resuelvo hacer una prueba, la enfrento y todo pasa igual. El Doctor Pérez me espera en su oficina, me acusan, ese latir de mi corazón y otra vez mi despertador. Decido que con los de cuarto y los de octavo dejaré todo tranquilo. Con los de segundo cambio algunas cosas y en vez de correr Soylent Green empiezo a lanzar preguntas. Como es de esperarse no responden satisfactoriamente, ni siquiera Andrés Hernández, el mal llamado cerebrito.

Me siento un poco abrumado y termino regañando a todo el grupo. Me preocupa, pero al tratarse de todo el salón, no creo que pase nada. Los mando a hacer una etnografía con entrega para dentro de una semana. Los días se acumulan y nada malo ocurre, yo vivo como ya he soñado y me tranquilizo. Todo me resulta familiar, pero intento alejar esa sensación. Llega el lunes y las malas noticias, Hernández y su equipo decidieron ir al festejo de  San Juan de Dios, el patrono de los pirotécnicos, en Tultepec para hacer su etnografía. ¡Maldita sea mi suerte! Un cuete del mentado torito alcanzó los ojos de Andrés, pérdida total. Estoy devastado, no sé ni dónde meter la cabeza, es un joven con potencial, con la vida por delante. La culpa me paraliza, mis malditas pruebas mermaron su vida.

El maligno gallo retumba en mis oídos. Aunque se me quita un peso de encima, eso de despertar y no ya me pone muy nervioso. Me observo detenidamente en el espejo y no encuentro algo fuera de lo común. Me golpeo la cara, me pellizco y nada, la ansiedad me consume.

Todo es lo mismo. Las palabras, las noticias… hasta los gestos. Estoy en un dilema. Parece que reprender a mis alumnos implica arriesgarme a que les ocurra una desgracia y no sólo eso, sino regresar a ese maldito martes 27 de febrero. Me tienta simplemente dejarlo pasar e intentar ir más allá del 9 de marzo que marca la fecha de la acusación de Mayra, el día más lejano que he vivido en mi sueño.

Mis experimentos me ponen en un estado cada vez más paranoico, traté de pasar del 9 de marzo y logré llegar al 20, la víctima de mi catarsis sucumbió en su casa, a causa de una reacción alérgica.

Estaba tan enojado, que al despertar me negué a participar y no me presenté a trabajar. Pésimo error, por la tarde se leía en las noticias “accidente vial en la Avenida Ricardo Castellanos deja 5 muertos”. Martita estaba entre las víctimas. Por más que no nos agradáramos, me dolió su muerte y mi probable participación.

Desperté y una sensación agridulce se instaló en mí. De nuevo 27 de febrero. Las tragedias producto de mis enojos no siempre son muertes, algunas veces son amputaciones, pérdida de uno o varios sentidos, violaciones, secuestros, accidentes, hasta catástrofes naturales. No importa hacer una cosa o la otra, nadie puede mantenerse sereno todo el tiempo. Actuar mi papel de ecuánime,  me compra tiempo en este bucle en el que me siento atrapado. Me aferro a mis nuevos récords. Poder vivir los días por primera vez significa decidir el rumbo que tomaré antes de vivirlos sin descanso. Ese vestigio de nuevas experiencias  es el sostén de mi endeble cordura. No pasar el umbral de esas fechas vividas en mi sueño, me pone muy mal.

Muchas dudas me consumen. ¿Y si despierto de verdad, algo malo pasa y no hay manera de remediarlo? ¿Viviré atrapado en esa repetición? ¿Se trata de un sueño o estoy en la realidad? ¿Es una especie de castigo o lección? ¿Habría manera de salir de aquí? ¿Cuántas veces he despertado? ¿Me acordaré de todas? ¿Envejeceré? ¿Hay una forma de morir? ¿Morir significa despertar o matar a todos los que viven en mi realidad/sueño? ¿Estoy vivo? ¿Loco?  ¿Existo?

He decidido llevar un diario con notas de mi vida dentro del bucle. Intento llevar un orden o una secuencia, pero es difícil.  Trato de buscar una causa y no la encuentro, reconozco que no era el mejor de los profesores pero creo que este castigo es el peor que alguien puede recibir. Algunas veces me quedé en cama con una melancolía atroz. Implorando algún tipo de clemencia. Eso no es vivir. ¿Cómo es que yo, Fernando Rosales que no soy nadie, altero la vida de todos con los que tengo contacto sin saber siquiera si son sus vidas reales o sigo en mi sueño?

Quizás la única forma de sobrevivir sea aceptar mi derrota. Pasar de los seis meses implicó un esfuerzo sobrehumano, fui paciente y llegué a un año. Un mal día sucumbí gracias a Martita, ser humano que me cobró la factura de regresarme un año. Tras despertar, los primeros meses fueron un hastío, por intervención divina o no sé, logré llegar al segundo año y la vi.

Alondra entró como nueva profesora a la UNIMET. Me repito constantemente que es un error enamorarse. Lo sé muy bien y sin embargo me arrastra su gentileza y su sonrisa. Empecé a quererla a la distancia, se convirtió en mi nueva motivación. Terminé aceptando las capacidades de mis alumnos y morderme la lengua cada vez que estaba por criticar a los pantallitos. Ella me miró un día y así comenzó todo.  Un maldito desliz me llegó, gracias a los trabajos finales, y el 27 de febrero se cristalizó como mi peor pesadilla.

Al oír el gallo casi exploto. Tuve que esperar dos años para conocerla. Me parecía un martirio que el tiempo no avanzara más rápido. Ya no me importaba comer la misma comida, escuchar la misma música, las películas, todo. Si en mi futuro estaba ella, valía la pena. Se cumplieron los dos años y me sentía extasiado, esperar ese año extra no era tan horrible, porque al menos físicamente, ella estaba cerca. La última vez que inicié un bucle fue hace diez años.

Alondra tiene 46 y yo 50, nos casamos hace cuatro años. A veces creo que ya no hay riesgo de bucle, pero siempre hay temor en mi corazón. Si ella sea un invento de mi cerebro, deberían darme un premio a la mejor imaginación. No me importa eso. Es la dueña de mi corazón, para mí la realidad es donde está ella. 

La cuenta de mis 27 de febrero no la llevo, le temo al total. Estoy seguro que al menos he vivido 50 años. El principio me costó muchos años, quizás sea un cobarde por aceptar este destino. No tuve otra opción más que adaptarme.

Hoy fue nuestro aniversario. Entre tantas copas se me salió la verdad y conté mi secreto en voz alta por primera vez. Ella lo asimiló por varios minutos. Me abrazó y me dijo las palabras más bellas que jamás escuché, calmaron mi espíritu y me dieron el ánimo de irme a dormir. Desde ese maldito 27 de febrero mi alarma siempre es la misma, el gallo. Lo escucho y despierto. Antes de abrir los ojos recuerdo la confesión del día anterior. Mi corazón late tan fuerte que se me sale del pecho. No quiero abrirlos, tengo tanto miedo. No sé qué haré si regreso al principio, dejarlos cerrados tampoco es una opción.

Respiro profundo una última vez y decido abrirlos…

 

 mis sueños, a veces pesadillas: Entrar en un "bucle"

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